Rss Feed

Blog de Carlos Goga

El político que roba y miente

23/05/2012 | | crisis | No hay comentarios

[Este texto es un borrador del capítulo dedicado a los Partidos Políticos del libro LO QUE ARISTÓTELES AÚN NOS PUEDE ENSEÑAR, en fase de escritura  y corrección]

La principal institución sobre la que se sustenta la actual oclocracia son los Partidos Políticos. Quizás, si tuviésemos que elegir una única institución que cambiar, sería ésta. De los Partidos Políticos emana tanto poder en la oclocracia actual que entorpecen y corrompen el sistema como nada que podamos imaginar.

Merece la pena recordar que el Partido Político debería cumplir una función social clara: canalizar los intereses de la población para, desde la legitimidad de las urnas, ser capaz de evolucionar esos intereses y desarrollarlos con actuaciones específicas. No obstante, esta es la función social que deberían tener. Pero no.

Desde mi experiencia, nada más lejos de la realidad actual. Los Partidos Políticos entienden el proceso electoral como una herramienta que sirve para alcanzar el poder. Y una vez en el poder, se sirven de él única y exclusivamente para conquistar sus propios intereses y defender sus privilegios. Alardeando, tantas veces como haga falta, de la legitimidad que han robado de las urnas.

Sin embargo, quizás no todos los Partidos Políticos sean iguales. Algunos, en un doble quizás, puede que incluso funcionen adecuadamente. Pero lo que aquí explico describe casi a la perfección cómo funcionan los grandes Partidos Políticos. Los que protagonizan el bipartidismo al que estamos acostumbrados.

Primero y fundamental, lo que mejor los describe como organización es que siguen el mismo principio de la Iglesia Católica. Me explico. En la Iglesia, el Papa elige a los cardenales que, a su vez, eligen al Papa. En los Partidos Políticos, el Secretario General elige a la Ejecutiva Federal y al Comité Federal que, a su vez, elige al Secretario General. Los nombres pueden cambiar, pero el mecanismo no. El poder, tanto en la Iglesia como en los Partidos Políticos, está centralizado en un grupo cerrado de personas que hacen y deshacen según sus intereses. Y que representan la única fuente de poder. Son la cúpula de la jerarquía. Los únicos con voz y voto en aquellos aspectos verdaderamente relevantes.

Segundo aspecto importante, crítico para entender cómo funcionan jerárquicamente, es la denominada disciplina de partido. Este mecanismo, que a todos nos puede resultar familiar pero difuso, funciona como un reloj de arena. Es el mecanismo que evita cualquier disidencia o discrepancia. Si algún miembro del partido, sea de base o con cargo público, se aleja de la ortodoxia de la cúpula, es inmediatamente sancionado. Y las sanciones lo son económicas o de expulsión.

Un buen ejemplo son los diputados electos. El Congreso de los Diputados les reconoce una retribución. Pero no se les paga directamente a ellos. Su retribución se entrega al Partido Político al que están adscritos. Y es éste el que paga a los diputados. Claro, previa aplicación de la disciplina de partido. Si no votas según la directriz, multa. Si te ausentas de una votación importante para el partido, más multa. Si persistes, expulsión. De esta manera, los diputados no actúan según convicciones personales o intereses de aquellos a los que representan, sino que actúan única y exclusivamente de manera autómata y como respuesta a las directrices de la cúpula. A efectos prácticos, bien es cierto, los diputados podrían no existir y el sistema funcionaría igual.

El tercer aspecto relevante de su funcionamiento es el sistema de confección de listas. Por un lado, tenemos que las listas electorales son cerradas. Por otro lado, tenemos que la confección de listas recae en la cúpula. Aunando ambas consideraciones, nos encontramos con que la única decisión que cuenta a la hora de confeccionar las listas cerradas es contar con el apoyo de la cúpula. O dicho de otra manera, de la cúpula del partido depende que un militante u otro tengan opciones de resultar electos. Claro está, aquellos con ambiciones políticas sólo miran hacia arriba. Hacia la cúpula. Saben que de la cúpula depende que entres en listas y tengas opciones, o simplemente que caigas en la nada.  Así que se pasan el día mirando hacia arriba. Buscando agradar y complacer. Sin consideración alguna hacia el electorado.

Por último, tenemos que considerar el programa electoral del Partido Político. Tradicionalmente, todos entendíamos que era el plan de actuación que pondría en marcha si resultaban victoriosos y alcanzaban el poder. Incluso se entendía como un contrato entre Partido Político y electorado. Pero ya no es así. Ya no. Hoy en día, los programas electorales resultan en una enunciación de promesas vacías, incluso de imposibles, que se abandonan con la misma frivolidad con que se proclaman. Todo cabe, por irreal y absurdo que resulte, en el programa electoral de un Partido Político. Qué más da lo que prometamos, deben pensar. Luego, hacemos lo que nos convenga y punto. Tal es la desfachatez alcanzada que cuando contrastamos promesas con realidades sólo somos capaces de ver, escuchar y leer mentiras, mentiras y más mentiras.

Resumiendo lo expuesto, ya podemos apreciar como la institución Partido Político, que debería ser un ejemplo de democracia, es todo lo contrario. Es una institución jerárquica y verticalizada donde el poder reside en la cúpula. Y no en las bases. Es una institución férrea y disciplinaria donde se construye ortodoxia. Y donde se penaliza con multas económicas y con la expulsión cualquier debate discrepante. Es una institución cerrada que premia la servidumbre interna con presencia en listas y cargos públicos. Y que vive a espaldas de las bases, del electorado o de las competencias y valías de los aspirantes. Es una institución dada a la promesa y la mentira fácil, que crea programas electorales con la misma facilitad con que los manipula, los olvida y los rompe. Y que recurre de manera sistemática a la mentira y al engaño una vez está en el poder.

A todo lo anterior, debemos añadir tres aspectos de índole económica, característicos de los Partidos Políticos, y que resultan en corrupción en estado puro: la opacidad financiera, su actividad principal como agencia de colocación de militantes y la ausencia de cualquier responsabilidad en el ejercicio de cargo público.

Resulta sorprendente descubrir que la institución Partido Político no está vigilada económicamente. Es una institución oscura desde el punto de vista económico. Y esto sorprende sobremanera cuando se pone en contexto. Porque las empresas, en el caso de las SA, están obligadas por ley a abrir sus cuentas a un auditor independiente para que éste las examine y emita una opinión pública. Transparencia de cara a accionistas y acreedores, se entiende. Porque las administraciones públicas, al menos las principales, están obligadas por ley a abrir sus cuentas a un Tribunal de Cuentas para que éste las examine y emita una opinión pública. Transparencia de cara a otras administraciones y a contribuyentes, se entiende. Pero no es así con los Partidos Políticos. Poco o nada se sabe de cuánto dinero manejan. De donde viene o a qué se dedica. Y claro, donde no hay transparencia, donde hay opacidad, es fácil entender que haya suciedad.

Igual de sorprendente resulta poner números a la cantidad de cargos públicos que se reparten los Partidos Políticos. Haciendo una aproximación fácil, quizás alcancen los 100.000 cargos directos en todo el territorio de España. Al menos, 80.000 concejales y 8.000 alcaldes. Seguramente, 10.000 cargos como diputados, entre diputaciones provinciales y Parlamentos Autonómicos. Y unos 2.000 cargos entre congresistas, senadores, miembros del Gobierno y otros altos cargos de grandes empresas e instituciones públicas varias. Si, seguro que más de 100.000 cargos directos. A los que hay que sumar los bien conocidos puestos de confianza, eufemismo como pocos para hacer referencia a las decenas de miles de puestos elegidos a dedo para amigos y otros bien allegados del Partido Político. Con estas cifras, no es de extrañar que el Partido Político haya asumido, como función principal, la función de agencia de colocación de miembros. Pero con un matiz importante. Colocación a dedo. Todos a dedo. Puro amiguismo. Sin curriculum vitae, sin entrevista y sin oposición o proceso de selección. Sin que cuente si saben, si pueden o si valen. Simplemente, a dedo. Algunos, a dedo dentro del propio Partido Político cuando se confeccionan las listas. En función de los intereses, servidumbres y amiguismos de la cúpula. Otros, también a dedo aunque fuera de listas, escondidos bajo el disfraz de cargos de confianza o cargos de libre designación.

En este contexto, lo habitual es que los miembros oclócratas de las cúpulas de los Partidos Políticos acumulan cargos públicos. Como si de títulos nobiliarios se tratase. Pero no lo hacen desde el compromiso ni desde la responsabilidad. Sólo lo hacen desde el entender matemático de que cada cargo incluye una retribución que acumular y una oportunidad de influencia y chanchulleo adicional que aprovechar.

Pero la sorpresa no acaba aquí. Lo más sorprendente llega cuando uno descubre que no existe responsabilidad legal alguna en el ejercicio de cargo público. Un político electo en cargo público puede ser un absoluto desastre en la gestión de lo público y no pasa nada. Puede manejar a su antojo el presupuesto público y llevar a la ruina a un Ayuntamiento, a una Comunidad Autónoma o al país y nada ocurre. Lo único importante es que responda a las siglas del Partido y que atienda sus intereses. Y esto sorprende especialmente si lo comparamos con la empresa privada. Porque en la empresa privada existe la responsabilidad legal de administradores. Y aunque no es lugar este para profundizar, bastará con decir que cualquier administrador empresarial responde con todo su patrimonio presente y futuro ante una actuación que se considere negligente o fraudulenta. Vamos, que si la fastidias en el mundo de la empresa, te quedas con lo puesto y puedes acabar en prisión. Pero si la fastidias en el mundo de lo público, pues nada. Dos palmaditas en la espalda y a repetir el año que viene.

Claro, leídas las tres sorpresas anteriores de carrerilla, la cosa se entiende bastante distinta. Si tenemos en cuenta que nada se sabe del dinero que manejan los Partidos Políticos. Si añadimos que, desde el puro amiguismo, colocan a dedo a bastantes más de 100.000 miembros en cargos públicos, valgan o no valgan. Y si completamos con que los cargos públicos hacen y deshacen en lo económico sin responsabilidad alguna.  El resultado es bien conocido. La corrupción sistémica. Porque cada Partido Político tiene tantas oportunidades de ‘chanchulleo’ económico como cargos públicos ostentan sus afiliados. En conjunto, más de 100.000 cargos públicos electos que representan 100.000 oportunidades diferentes, en todos los niveles de la Administración Pública y en todos los sectores, susceptibles de ser aprovechadas para enriquecimiento del Partido Político y de sus afiliados. Sin duda, una oportunidad nada despreciable que bien conocen, gestionan y aprovechan. Antes, a nuestras espaldas. Hoy en día, incluso en nuestras propias narices.

Pero, desgraciadamente, no acaba aquí. El rol de los Partidos Políticos en la oclocracia actual es aún mayor. Porque de la organización de los Partidos Políticos nacen los Gobiernos. Y en los Gobiernos acaban las cúpulas de los Partidos Políticos. Haciendo que ambas instituciones se confundan. Y confundan sus roles y sus intereses. Permitiendo que Partidos Políticos impongan actuaciones a los Gobiernos que sólo responden a sus intereses específicos como Partidos Políticos en su condición de organizaciones jerárquicas y corruptas. Donde la mezcla Partido Político Gobierno manipula otras instituciones vitales para una democracia, en defensa de sus intereses oclócratas.

Ejemplos tenemos en muchas direcciones e instituciones del Gobierno. Por ejemplo, las actuaciones que se disfrazan de política social o política económica y que, descaradamente, sólo benefician a los miembros del partido. O que responden a estrategias electorales muy específicas y que van, siempre, en contra del interés general de la población.

Bastará recordar que instituciones supuestamente independientes, como las televisiones públicas o las cajas de ahorro, o grandes instituciones públicas como la Seguridad Social o las Universidades, están dominadas por los Partidos Políticos. A veces, su dominio lo ejercen a través del Gobierno de turno que actúa al dictado. A veces, a través del nombramiento de militantes y simpatizantes dentro de mecanismos de reparto de cuotas entre los grandes Partidos Políticos.

Los tentáculos de los Partidos Políticos han llegado, incluso, a los Cuerpos de Seguridad del Estado. Suficiente resulta destacar los episodios de espionaje político más recientes. O la determinación tan ilegal como vergonzosa de colocar a dedo a Comisarios de Policía, saltándose a la torera el mecanismo tradicional de oposiciones y promociones dentro de la carrera del funcionariado público.

O la actuación permanente del Gobierno en contra de la independencia de poderes tan vital en una democracia como ausente en una oclocracia. Independencia, por cierto, que resulta imposible en el caso del poder legislativo donde ejecutivo y legislativo comparten proceso electoral.

Pero independencia que resulta mutilada en el caso del poder judicial. Que ve cómo sus órganos de gobierno son designados por los Partidos Políticos. O que se encuentra con el chantaje permanente de la Fiscalía General del Estado. O con la presión propagandística de las televisiones públicas. O que disfruta de la triste posición de ser el último de los Ministerios en cuanto a recursos recibidos para su organización y modernización.  Todo ello, muy conveniente para los Partidos Políticos, que ven como sus largos brazos atan y condicionan las actuaciones de los jueces y magistrados.  Y que disfrutan de una justicia tan burocrática y decimonónica como lenta e inoperante. Precisamente, la justicia que les permite salir impunes, la mayoría de las veces por prescripción temporal o defectos de forma, ante cualquier proceso judicial en el que se vean envueltos sus miembros.

Llegado a este punto, la pregunta resulta tan necesaria como urgente. ¿Qué hacer para modificar el comportamiento tan anti democrático como mentiroso y corrupto de los Partidos Políticos? ¿Cómo cambiar la institución sobre la que se sustenta la oclocracia actual para que evolucione y se convierta en lo que debería ser, uno de los pilares clave de la democracia ansiada? ¿Cómo expulsar del actual sistema a los políticos oclócratas corruptos y dar la bienvenida a los políticos demócratas con verdadera vocación de servicio?

Sin dudarlo, hay que revisar y cambiar todo el marco legal que define y regula su funcionamiento como institución, tanto a nivel interno como a nivel de participación institucional. Y con esto me refiero no sólo a la Ley de Partidos Políticos y a la Ley Electoral, sino también a cualquier ley o reglamento que determine o condicione, desde la influencia de los Partidos Políticos, cualquier aspecto de la función pública o de la necesaria separación e independencia de poderes.

Pero si de identificar medidas concretas se trata, a continuación enuncio algunas propuestas más específicas que persiguen corregir el mal funcionamiento recogido.

Primero, hay que instaurar un sistema universal de listas abiertas. Esto arrebatará a las cúpulas de los Partidos Políticos el poder de confeccionar listas y elegir quién sí y quién no. Y provocará que los candidatos estén permanentemente mirando al electorado, hacia afuera. Y no a las cúpulas, hacia dentro. Puesto que será el electorado quien decidirá, con nombres y apellidos, quienes son los elegidos.

Segundo, hay que instaurar un sistema de democracia interna en los propios Partidos Políticos. Primarias obligatorias. Para que las cúpulas sean elegidas y no nombradas. Prohibición de cualquier mecanismo de disciplina de partido que limite la democracia interna. Para devolver la autonomía y la dignidad de opinión a las personas y a los electos. Penalizar, con mecanismos de vigilancia y sanciones, cualquier intento del Partido Político de imponer criterios o decisiones a sus cargos electos. Para garantizar que los intereses de la población están por encima de los intereses del partido. Instaurar una regulación parecida a la existente para la seguridad vial, donde los miembros del partido disfruten de un carnet por puntos,  con sanciones, retirada de carnet y penas de prisión. Para sistematizar e institucionalizar la lucha contra comportamientos anti democráticos, mentirosos o corruptos. Para evitar que comportamientos anti democráticos, corruptos o mentirosos se institucionalicen. Para expulsar a los corruptos y evitar que repitan una y otra vez y se perpetúen en el poder.

Tercero, hay que dotar de transparencia económica total a los Partidos Políticos y a sus miembros. Tienen que ser instituciones con las cuentas claras. Auditadas por terceros y expuestas a sus militantes y a la población. Para que se sepan en todo momento de dónde procede el dinero y hacia dónde va. Hay que identificar con nombres y apellidos a aquellos terceros, personas o instituciones, que ejercen su influencia sobre el Partido Político desde los donativos o favores económicos. Para tener bien identificados los intereses a los que un Partido Político o sus miembros responden. Y por supuesto, habría que hacer matemáticas simples con las rentas y los patrimonios de los políticos con cargos electos y de sus familiares. Para evitar el enriquecimiento fácil durante los períodos en que ocupan cargos públicos.

Cuarto, hay que extender la actual responsabilidad de administradores de la empresa privada también al cargo público. Para que la falta de profesionalidad y la falta de decencia resulten en pérdida de patrimonio presente y futuro. Para que las tentaciones de actuación corrupta mengüen hasta desaparecer. Para que sólo se atrevan a acceder a cargos públicos aquellos con la formación y la experiencia adecuada. Y habría que darle a los Programas Electorales la condición legal de contratos. Depositándolos ante notario y elevándolos a público. Recogiendo, en caso de incumplimiento, penalizaciones y sanciones para el Partido Político y para los cargos electos. Para evitar la palabrería fácil y el recurso sistémico a la mentira.

Quinto y último, hay que revisar el sistema electoral en su conjunto. Eliminando correcciones en función circunscripciones históricas que sólo alimentan el clientelismo fácil y el electoralismo salvaje. Para acercarnos a la máxima de un voto igual a una persona. Hay que evitar que se produzcan elecciones indirectas, donde los elegidos a su vez eligen a quien a su vez elige, en una cadena de disminución de legitimidad cierta. Para evitar que la mano oscura del Partido Político acabe ensuciando instituciones y rompiendo la necesaria separación de poderes. Y hay que recuperar el referéndum como mecanismo de consulta ágil. Para que sean las personas, y nos los Partidos Políticos, las que se pronuncien sobre aquellos temas que afecten a derechos fundamentales de la persona o de las instituciones. O incluso sobre aquellos otros temas que se enquisten en los estamentos políticos y que requieren de ser desatascados o refrendados por la población.

Por supuesto, todo lo anterior puede hacerse con rapidez y facilidad si consideramos la tecnología en general, e Internet y las redes sociales en particular, como herramientas democráticas de primer orden. Donde la transparencia, la vigilancia y la participación ciudadana pueden realizarse a golpe de clic o con un simple presionar de pantalla.

No tiene ningún sentido que en pleno siglo XXI la vida pública y la política se comporten, en lo fundamental, como en el siglo XIX.

Vivimos una época en que cualquier persona puede mantener una comunicación gratuita e instantánea con sus amigos, familiares y colegas, cientos de ellos, en cualquier parte del mundo. O puede proponer una votación sobre un tema específico y conseguir que participen cientos de miles de personas. O puede acceder con cuatro golpes de ratón al máximo detalle de una información que está en la otra punta del planeta. Y sin embargo, esa misma persona no puede, hoy por hoy y utilizando los mismos canales u otros similares, ejercer sus derechos democráticos con comodidad y eficiencia. Especialmente en un momento en el que es necesario una vigilancia y una participación democrática en las instituciones.

Una actuación rápida sobre estos cinco apartados saneará a los Partidos Políticos como instituciones, dotándolos de democracia interna, transparencia y representatividad real.

Y facilitará que triunfen sólo aquellos políticos con verdadero talante democrático. Desde la vocación de servicio a la población.  Desterrando de una vez y por siempre a aquellos otros políticos, los oclócratas, que sólo se sirven a sí mismos y a los que les apadrinan.

Será entonces cuando podremos empezar a actuar sobre el resto de las instituciones del actual sistema. Desde Partidos Políticos saneados y democráticos. Con políticos honrados y con vocación de servicio. Y lo podremos hacer con determinación y tranquilidad. Con la certeza de que nuestras buenas intenciones acaban en buenos fines.

 

[Este texto es un borrador del capítulo dedicado a los Partidos Políticos del libro LO QUE ARISTÓTELES AÚN NOS PUEDE ENSEÑAR, en fase de escritura  y corrección. Si quieres ver algunas de las sugerencias que tengo para los Partidos Políticos, haz clic aquí y céntrate en PARTIDO POLÍTICO]

Etiquetas: 15-M, bancos, corrupción, crisis, indignado, LoQueAristotelesAun..., oclocracia, políticos

WordPress SEO fine-tune by Meta SEO Pack from Poradnik Webmastera
show
 
close